miércoles, septiembre 19, 2007

9.

Cuando me besabas yo pensaba en espejos.

Tarde o temprano tendría que admitir que ya no la extrañaba, para nada, en la noche lograba encontrarse tan cómodo que incluso abandonó la cacería. La última noche, la primera vez que notó que había sanado, fumó sin parar.

Salió a la calle y dejó en la cama a la Gacela. No es de las que se asustan al despertar solas.

Bostezó y siguió con los cigarros, uno tras otro, andando en línea recta hasta que llegó al final de la calle, en esa plaza donde los taxis esperaban toda la noche, el nunca los había tomado. Y esa noche caminó.

Pensaba que encontrar espaldas era una tarea imposible para Él, aun así no hubo noche en la que el salir solo implicara volver sin unos brazos, o una boca.

Así fue como la carne resultó ser más fácil que llorar.

Volvió al cuarto aquella noche, casi amanecía y la Gacela sonreía desde la cama, notó que lo habían extrañado. Explicó que fue a dejar una carta y entró a la cama.

La abrazó, le cubrió los senos con la sábana y no la besó en todo el día.